Para esta artista gazatí, dibujar es “luchar por volver a vivir”
“Estos días han sido muy difíciles”, cuenta Ranin Alzeriei, artista gazatí de 23 años, después de que Israel retomara sus bombardeos en Gaza, rompiendo por sorpresa la frágil tregua que rigió en la Franja por casi dos meses. Desde entonces, los ataques han matado a 2.326 personas, según el Ministerio de Sanidad gazatí. “Los bombardeos no cesan y estos últimos días ha habido muchos. Vivo con el miedo constante de perder a alguien querido”, asegura Ranin a través de WhatsApp desde el campo de refugiados de Deir al Balah, en el centro del enclave. Un amigo y un familiar suyos murieron en la primera semana de reanudación de los ataques. “Estamos muy asustados”, confiesa, “esto tiene que parar ya”.
Durante el alto el fuego, Ranin, destacada artista de la Franja, había vuelto a dibujar. Tras 15 meses de guerra y de no tocar un lápiz o un pincel, había retornado al arte, una actividad a la que ha acudido desde niña para expresarse y que retomó en la tregua para narrar, y de esa manera tramitar, todo lo que ha vivido durante el conflicto. “Volver al arte es luchar por volver a vivir”, asegura. “Ha sido esencial para reconectarme conmigo misma y para entender mis sentimientos”, pero explica que con la reanudación de la guerra solo ha podido producir una nueva pieza.
Hace un par de semanas terminó ese último dibujo: el cabello peinado en forma de trenza de una niña que mató Israel en un bombardeo hace dos semanas. “Simboliza la inocencia y la belleza que perdimos en la guerra”, asegura. El pelo, además, tiene la forma del mapa de Palestina. “Quise inmortalizar su memoria y conectar su vida con nuestra patria, por la que luchamos todos los días”, cuenta Ranin, que también dice que dibujar le permite expresar su duelo, al tiempo que visibilizar el sufrimiento que atraviesan los gazatíes con la guerra.

Ya como estudiante de Bellas Artes en la Universidad de Al Aqsa, en la que ingresó en 2019, Ranin se perfilaba como una destacada artista de la Franja. Su trabajo era elogiado con frecuencia por sus profesores y poco a poco fue haciéndose un lugar en la escena artística gazatí. Participó en varias exposiciones locales comisionadas por organizaciones internacionales, como el Instituto de Cultura Francés y la fundación palestino-británica Abdel Mohsen Wattan y expuso su trabajo en una muestra en el Museo Palestino en Washington. Pero la guerra, que comenzó el 7 de octubre de 2023, un día después de que Ranin se graduara de la Universidad, la obligó a parar.
Fueron 15 meses de invasión y bombardeos israelíes diarios que mataron al menos a 48.577 personas, según datos del Ministerio de Sanidad gazatí que no incluyen a las víctimas de los ataques más recientes; destruyeron casi siete de cada diez edificios de la Franja, según la ONU, y causaron el desplazamiento de más del 90% de la población, incluida Ranin. El número total de muertos supera ya los 52.400. Esa fue la brutal respuesta israelí a los ataques sin precedentes que lanzó el partido milicia palestino Hamás contra Israel el 7 de octubre, en los que mató, solo ese día, a 1.200 personas y secuestró a otras 251, de las que 59 continúan retenidas. 35 de ellas se presumen muertas.
Con la entrada en vigor del alto el fuego, el 19 de enero, en Gaza se había instalado una tensa calma. Frágil, incierta, pero calma en todo caso: habían dejado de caer las bombas y ya no era su estruendo lo que despertaba a la gente en las mañanas, sino el sonido del llamado a la oración, particularmente durante el mes sagrado del Ramadán. “Pudimos respirar”, resume Ranin. Eso fue eso lo que le permitió volver a dibujar. La primera pieza que hizo fue Lo que cargamos con nosotros, un dibujo que muestra la trasera de un coche que se va y que sobre su techo carga una montaña de equipaje. Lo rodea la silueta de un edificio, hecha con varios trazos desordenados que lo hacen parecer una enredadera oscura y marchita. Dentro del auto, cuenta Ranin, van su identidad y sus recuerdos.

La obra habla sobre “la experiencia del desplazamiento” y sobre “la búsqueda de identidad en medio de la destrucción”. “El coche representa una casa rodante que lleva las raíces de una persona a donde quiera que vaya. Los colores, inspirados en la bandera palestina, refuerzan una identidad que permanece inquebrantable a pesar del desplazamiento. La estructura del edificio simboliza cómo el hogar se transforma de un espacio físico a un recuerdo imborrable”, explica.
Su trabajo siempre ha buscado retratar la vida en la Franja, atravesada por la pobreza y el aislamiento provocado por los bloqueos que Israel mantiene sobre Gaza. En 2007 se intensificaron, cuando Hamás comenzó a gobernar esta zona e Israel redobló sus restricciones a la libertad de movimientos de personas y bienes en Gaza. Eso se suma al régimen autoritario e integrista de Hamás, que con violencia impone una ley islámica radical y restrictiva, “opresora de los derechos de las mujeres, las personas LGBT y otros grupos minoritarios”, según asegura un artículo del Consejo de Relaciones Exteriores, un centro de pensamiento estadounidense responsable de la prestigiosa revista Foreign Affairs.
Desde el pasado 2 de marzo, la Franja se encuentra bajo un bloqueo que ha interrumpido la entrada de alimentos, agua, medicamentos y combustible, agravando así una crisis humanitaria sin precedentes en el enclave.
Para Ranin la vida en la Franja antes de la guerra era “vibrante y hermosa”. “Así lo reflejaba mi arte”. Agrega que su trabajo nunca se vio limitado o censurado por el gobierno: “Al contrario, lo apoyaban porque reflejaba la causa palestina”, y tampoco sintió jamás que ser mujer le impidiera desarrollarse como artista: “Hay muchas mujeres jóvenes artistas en Gaza”. “Si tuviera que mencionar algún obstáculo en mi vida, sería la ocupación israelí”, argumenta.
Un portavoz de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos, Jonathan Fowler, explica que incluso a pesar del “apretado bloqueo y la pobreza extrema que de él se ha derivado”, los gazatíes habían logrado consolidar una “economía relativamente vibrante en algunos sectores, con cierta parte de la población trabajando de manera remota en empresas de tecnología”.

Pero con la guerra, “todo cambió”, incluidas las “características de las imágenes” que plasma la artista sobre el lienzo. Ahora utiliza colores más oscuros o neutrales, como el blanco y el negro, y representa escenas que tienen que ver con “el genocidio” que está viviendo su pueblo. “Todo esto lo expreso para hacer oír mi voz y documentar la realidad que vivimos. El arte es la verdad”, relata.
Volver a pintar le ha significado experimentar “un sentimiento extraño”, aunque terapéutico. La ha obligado a encarar el “estado de perpetuo de pérdida” en el que se encuentra, y a luchar contra él. A contradecir, con fuerza vital y creativa, la idea de que en Gaza no queda nada, sino muerte y destrucción. “Tengo que reunir los pedazos que quedan de mí misma y luchar para probar que existo y que tengo una identidad más allá de la destrucción que me rodea”.

Ranin nunca abandonó su diario de bocetos y no lo hará ahora. Es el único objeto que la ha acompañado en todo memento: desde su casa bombardeada en Ciudad de Gaza al campo de refugiados en Deir al Balah, donde está hoy. Dibuja a pesar del retorno a la guerra. Pinta donde puede y como puede. Se aferra al arte por encima de todas las cosas y aunque la estabilidad parece ahora inalcanzable, sueña con volver a preparar una taza de su té favorito, escuchar música suave y dibujar. Así lo hacía siempre antes de la guerra. “Me sumergía en mi trabajo. Esos eran los mejores días de mi vida”.
EL PAÍS